Descripción
Tal como lo expone en este libro Margarita Tortajada Quiroz, se debe insertar la trayectoria artística y fundacional de Amalia Hernández dentro de la gran esfera del nacionalismo mexicano, verdadera visión del mundo-país que surgió en el siglo XIX y se consolidó en el XX como ideología de Estado a partir de la Revolución mexicana. La gesta de Amalia Hernández puede situarse específicamente en términos de tres de los más importantes avatares de ese nacionalismo. El primero es el nacionalismo cultural, reivindicado como estrategia unificadora a partir del ministerio de José Vasconcelos al frente de la Secretaría de Educación Pública en 1921, impulso que sobredeterminó por décadas amplios territorios del arte mexicano, desde el movimiento muralista, la novela de la Revolución, el indigenismo en literatura, el nacionalismo musical, y desde luego la danza folclórica y moderna. El segundo avatar es el impulso de las industrias culturales mexicanas, encauzado desde el corporativismo de Estado pero consumado por medios de comunicación e instituciones privadas a partir de 1930, con el surgimiento de la XEW-radio, seguido por la industria cinematográfica en su Época de oro (1936-1959), y el advenimiento de la televisión en 1950. El tercer avatar es la proyección internacional de la cultura mexicana como atractivo turístico y como una de las misiones de la Secretaría de Relaciones Exteriores, proyección que desde fines de la década de 1950 impulsó la promoción de valores pero también de estereotipos de la mexicanidad (celebraciones del Día de Muertos, atuendos de charrería, música de mariachis, artesanías y gastronomía mexicana…) a través de sus embajadas. Desde 1959, año de su fundación como Ballet Folklórico de México, la compañía de Amalia Hernández se hizo activa participante –y lo fue durante varios sexenios– de la política cultural exterior del país.