Descripción
Hoy en día, pasados más de 500 años de aquel entonces, vivimos en América Latina, en un país llamado Chile, independizado de la Corona Española hace apenas 206 años, en
cuya cultura es posible encontrar los frutos de las semillas sembradas durante la colonización. Hablamos español, el derivado más directo del castellano antiguo traído por los
españoles. Nos expresamos con palabras heredadas de nuestra “madre patria” (España). A pesar de ser mestizos, vamos olvidando cada vez más las infinitas lenguas que se
hablaban en esta tierra antes de la llegada de las carabelas. Incluso, miramos a nuestros indígenas como seres distintos, y en ocasiones, inferiores. No entendemos su idioma, ni respetamos su patrimonio. Edificamos, de manera indiscriminada, gigantes de cemento sobre la misma tierra que ellos cuidaron y sembraron con veneración.
Heredamos también un cuerpo que ha ido acomodándose a la historia, a “la buena vida”, a la “comodidad” que la modernidad ha traído, a la menor labor posible, y la mayor
recompensa. Hemos ido, cada vez más, perdiendo la capacidad de valernos por nosotros mismos. Destinamos toda labor a las máquinas, o bien, a otras personas de menor rango, elevando a la cumbre el conquistador que todos llevamos dentro. Celebramos la “chilenidad” con bailes “típicos”, también traídos desde costumbres extranjeras, mientras los rituales originarios de los pueblos que habitaban este continente yacen enterrados a miles de metros bajo siglos y siglos, a la espera de que la construcción de alguna estación de metro o mega edificio (ambos también heredados del otro lado) desentierre algún vestigio arqueológico y lo encierre en un cubo de vidrio con
luz artificial.